En una fría mañana de invierno, mientras la nieve cubría las calles de una ciudad olvidada por el sol, un pequeño perro vagaba solo, con el corazón pesado y el ánimo decaído. Era su cumpleaños, pero nadie lo sabía. Tampoco había nadie que le importara. En algún momento, este perro había tenido un hogar, una familia que lo cuidaba y lo amaba, pero ahora todo eso era solo un recuerdo lejano, desvanecido en el frío de su soledad.
El perro, al que sus antiguos dueños llamaban Bruno, había sido abandonado en un momento de desesperación por parte de quienes alguna vez lo quisieron. La vida de la familia había cambiado, y con ella, la suerte de Bruno. Lo dejaron en un refugio, esperando que alguien más se encargara de él, pero nadie lo hizo. Los días pasaron, y Bruno fue olvidado, solo uno más entre muchos otros perros que compartían la misma trágica historia.
El día de su cumpleaños, Bruno no lo sabía, pero en su corazón sentía una tristeza profunda, como si algo estuviera mal. Recordaba los días en que recibía un trato especial en esta fecha, cuando su familia le daba golosinas y lo llenaba de cariño. Pero ahora, en las frías calles, solo el viento le daba la bienvenida. No había felicitaciones, ni caricias, ni voces amables que le susurraran al oído lo querido que era.
Mientras caminaba por las calles desiertas, sus patas se hundían en la nieve, cada paso más pesado que el anterior. Se detuvo junto a un parque donde solía jugar con los niños, pero el lugar estaba vacío. Nadie estaba allí para lanzarle una pelota o darle una palmada en la cabeza. El parque, que alguna vez había sido un lugar de alegría, ahora solo reflejaba la tristeza que Bruno llevaba dentro.
Bruno continuó caminando, buscando algo, cualquier cosa que le recordara los tiempos mejores. Pasó frente a una tienda de mascotas donde solía comprar su comida favorita, pero las luces estaban apagadas y la puerta cerrada. El mundo, al igual que su corazón, parecía haberse enfriado, dejando solo una sensación de vacío y pérdida.